Este es un tema muy delicado que siempre logra sobresaltar a
muchos grupos sociales. Algunos afirman que el infierno existe, siendo un lugar
reservado especialmente para tormento eterno; otros, sostienen que el infierno
es solo una fábula barata para mantener a los fieles; hay quienes creen que el
infierno lo vivimos aquí en la tierra y todo lo que hacemos lo pagamos mientras
vivimos y por lo tanto no hay castigo después de la muerte… ¿Qué opina usted
querido lector?...
Conocido por todos como un lugar de tormento, donde las
llamas arden sin cesar, con gusanos que nunca mueren, al que van las almas de
personas fallecidas. Es precisamente por esto que es un tema muy delicado de
tratar. Es muy difícil decirle frente a frente a cualquier persona “tu ser
querido no está en el cielo, sino que le toca el infierno como recompensa por
sus actos pecaminosos”; la mayoría de creyentes nuevos son muy susceptibles a
estas afirmaciones porque todos tenemos mamá, papá, hermanos, mejor amigo,
primos, tíos, abuelos y cualquier persona a quien habremos amado mucho y que
nos digan “no vivirán, han sido condenados a muerte eterna” nos deja un sabor
terrible en la boca y un deseo de no haber conocido nunca esta verdad.
El infierno es una enseñanza particularmente cristiana.
Nuestro señor Jesucristo habló de ella en una de sus enseñanzas, haciendo un
hincapié muy directo en “un lugar de descanso y un lugar de tormento”. Cuando
Jesús estaba en vida, dijo que despreciar la ley de Dios y los profetas daba
como resultado ir al lugar de tormento; seguir la ley de Dios daba por medio de
los profetas daría como resultado llegar al lugar destinado para descanso de
los santos. Mire que no se confundan vuestros ojos al leer cuando revise los
versículos sobre este asunto. Cuando Jesucristo sacrificó su vida nos dio
acceso a la vida eterna a través de la gracia de Dios por medio de él. Por lo
que posteriormente el lugar de tormento hace su aparición en el libro de
Apocalipsis.
Quienes entendemos de lógica y nos gusta ver las enseñanzas
lejos de la religión, sea cual sea, podemos meditar lo siguiente: “Si no
hubiera castigo eterno entonces no habría necesidad de salvación; si el hijo de
Dios se hizo hombre entonces fue para mostrar el camino hacia Dios a la humidad;
si no existe castigo eterno entonces no hay necesidad de salvador”. Esto quiere
decir que si hay un lugar de castigo eterno. Una simple lógica. ¿Por qué no se
acepta? El Dios de este mundo ha cegado los entendimientos para los que viendo
no puedan ver y oyendo no puedan entender…
Pero, en este artículo, más me centro no en probar la
realidad tangente de ese lugar de llamas y gusanos; pienso que los maestros
eruditos cristianos logran dolores de cabeza al enseñar esto por la sencilla
razón: ninguno de nosotros queremos que mueran nuestros seres amados. Ellos son
lo mejor en nuestras vidas, nos enseñan, nos confortan los ánimos cuando
estamos dolidos, nos apoyan cuando estamos caídos, nos hacen sonreír y hasta
lloramos juntos, deseamos siempre estar a su lado y cuando mueren su ausencia
nos deja una herida profunda. Cuando yo supe que mi padre no era cristiano, y
hasta ahora, lo que hice fue llorar y aún lloro porque yo no conocí a mi padre
ni viví con él… y nunca lo conoceré.
Esta es la verdadera razón por la que enseñar sobre el
infierno se torna tremendo quebradero de cabeza para todos. Sin embargo,
tampoco podemos quitarle versículos a la palabra de Dios porque eso trae
maldición; menos podemos añadirle versículos a la palabra de Dios solo por conveniencia
ministerial, eso también trae castigo divino. La posible salida es recordar que
debemos amar a nuestros hermanos en la fe, pues así podremos encontrar las
palabras correctas para enseñar la doctrina sana de nuestro señor Jesucristo.
El amor es la base de todo. Con amor debemos guiar a quienes
empiezan en la fe. Dios nos provee misericordia para ser salvos. El infierno,
nos dijo, está reservado para el arcángel rebelde y las tres cuartas partes de
los ángeles caídos. Procuremos alejarnos de este castigo y guardemos la
esperanza en la gracia de nuestro Dios. Quienes amamos y ya no están con
nosotros así lo quisieran si pudiéramos un minuto hablar con ellos ahora.
La paz y gracia de nuestro señor Jesucristo venga a vuestras
vidas.
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